Los mares son enormes llanuras de roca volcánica y nacieron cuando inmensos flujos de lava brotaron del interior de la Luna, rellenando cráteres colosales (de cientos de kilómetros de diámetro). Y de ahà sus formas bastante redondeadas. Por su relativa “suavidadâ€, los mares fueron los lugares elegidos para el descenso de seis misiones Apolo (11, 12, 14, 15, 16 y 17), que, entre 1969 y 1972, llevaron doce astronautas a la superficie lunar.
Doce hombres que caminaron por suelos duros, polvorientos, y apenas salvados de la chatura total por alguna colina y alguno que otro cráter (mucho más escasos en los mares lunares que en las “tierras altasâ€). Suelos que los astronautas generalmente describieron como “grises, o ligeramente amarillento-amarronados†(salvo excepciones puntuales, claro, como las de Cernan y Schmitt). En realidad, parece que la Luna tiene algo más que grises y marrones. Hay otros colores, mucho menos patentes, y que necesitan de alguna ayudita para explotar antes nuestros ojos.
Colores en el telescopio
Y en parte, esa ayudita la dan los telescopios, esas preciosas máquinas ópticas que, además de acercarnos lo que está muy lejos, y resolver detalles finos, colectan mucha más luz de los astros –y en este caso puntual, de la Luna– que la que pueden tomar nuestras pequeñas pupilas. Y justamente, ahà está el quid de la cuestión: para el ojo humano, la detección de colores depende mucho del brillo del objeto y de la saturación intrÃnseca de su color. Si ambos son bajos, no vemos colores o los vemos en forma muy marginal. Con un telescopio, la Luna empieza a mostrar matices que van más allá del puro “blanco y negroâ€. En los mares aparecen los muy tÃmidos marrones-amarillentos que vieron los astronautas in situ. E incluso cosas más vistosas: en 1992, el estadounidense Charles Wood, un veterano astrónomo lunar, detectó un parche de color amarillo muy suave, pero bastante patente, junto al gran cráter Aristarco (uno de los más famosos de la Luna). Y sus estudios espectroscópicos sugieren fuertemente que ese color se debe a la presencia de depósitos de azufre. Con la ayuda de un telescopio, “la Mancha de Woodâ€, tal como se la conoce, tiene el color más fácilmente perceptible de toda la Luna (o al menos, de toda su cara visible desde la Tierra). Pero hay otros colores: en el famoso Mar de la Tranquilidad (donde bajó el Apolo 11 en 1969), por ejemplo, astrónomos amateurs han “adivinado†un ligerÃsimo tono azulado en el gris predominante.
Al procesar las ultraprecisas imágenes de Clementine (y en menor medida, de la nave Galileo, que en viaje a Júpiter hizo una fugaz pasada por la Luna), se obtuvieron resultados sumamente interesantes. Y que coinciden, a grandes rasgos, con fotos de la Luna obtenidas por astrónomos profesionales y aficionados, con telescopios, cámaras digitales y programas de procesamiento de imágenes, tan habituales hoy en dÃa, como el famoso Adobe Photoshop. Y los resultados son imágenes tan impactantes como la que aquà estamos viendo.
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