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Malala Magnitud 1 Registrado: 04 Nov 2005 Mensajes: 1414 Ubicación: Buenos Aires, Argentina
Publicado: 28 Oct 2007 02:30 Asunto : AstronomÃa hipotética: Mundos imaginarios
AstronomÃa hipotética
Mundos imaginarios
Sus nombres son curiosos y atractivos: Vulcano, Neith, Faetón, Clarión. Sin embargo, un minúsculo y casi imperceptible detalle los diferencia del resto de los planetas conocidos: estos mundos simplemente no existen. Y no existieron nunca. Lo cual no fue un obstáculo para que figurasen entre las historias más destacadas de la astronomÃa hipotética, aquella no ciencia alimentada únicamente por los sueños y deseos de los observadores del cielo.
Por Mariano Ribas
No existen. Nunca existieron. Y sin embargo, alguna vez tuvieron su lugar en la historia de la astronomÃa: mundos que fueron buscados, olfateados, teorizados o simplemente soñados. Y hasta bautizados con atractivos y sonoros nombres: Vulcano, Neith, Faetón, Clarión y tantos más. Hipotéticos planetas y satélites de nuestro Sistema Solar que durante años y décadas mantuvieron en vilo las mentes y los telescopios de algunos de los astrónomos más grandes de todos los tiempos. Y que en alguno que otro caso hasta creyeron ser vistos, alimentando la llama de una fantasÃa que ha sobrevivido hasta nuestros dÃas, reciclada por mitos extraterrestres tan espectaculares como ingenuos. La propuesta aquà planteada puede sonar un tanto insólita y completamente paradójica: viajar en el tiempo para conocer las (irresistibles) historias de mundos que nunca existieron.
VULCANO: DE LEVERRIER A EINSTEIN
Poco antes de descubrir matemáticamente la presencia de Neptuno (en 1846) a partir de rarezas observadas en los movimientos de Urano, el enorme astrónomo francés Urbain Jean Joseph Leverrier (1811-1877) también notó rarezas orbitales en otro planeta mucho más cercano a la Tierra: Mercurio. Aun considerando los efectos gravitatorios de los demás planetas (y del Sol, por supuesto), Leverrier observó que durante su perihelio (punto más cercano a nuestra estrella), Mercurio se movÃa ligeramente más rápido de lo que debÃa. Y entonces, le echó la culpa a un hipotético planeta aún más cercano al Sol. Y por lo tanto, muy caliente. Justamente por eso, Leverrier lo bautizó Vulcano, como el dios romano del fuego. Vulcano serÃa, quizás, el que acelerara un poquito a su vecino. De todos modos, Leverrier se tomó las cosas con calma. Y cuando estuvo lo suficientemente convencido, a fines de la década de 1850, presentó su trabajo a la Academia de Ciencias de ParÃs.
Y entonces, se desató la “vulcanomanÃaâ€: astrónomos profesionales y amateurs de toda Europa se lanzaron a la cacerÃa del supuesto planeta infernal. De todos modos, se sabÃa muy bien que la búsqueda iba a ser muy complicada, porque Vulcano siempre aparecerÃa muy cerca del Sol en el cielo. En diciembre de 1859, Leverrier recibió la carta de un médico, aficionado a la astronomÃa, que le contaba que en marzo de ese año habÃa visto un “objeto negro y redondo†que se movÃa lentamente por delante del Sol. Entusiasmado, Leverrier fue a visitar al doctor Lescabault a su casa, en la villa de Orgeres. Y con los datos que le aportó, calculó que Vulcano era varias veces más chico que Mercurio (que mide casi 5000 km), y que tardaba 19 dÃas en dar una vuelta al Sol (nada mal para un planeta que no existÃa). Al volver a ParÃs, Leverrier se ocupó personalmente de que el doctor Lescabault fuese premiado con la Legión de Honor.
Pero hubo otros reportes positivos, como el de un anónimo aficionado inglés, que aseguró ver a Vulcano desfilar por delante del Sol durante una mañana de marzo de 1862. Más tarde, en abril de 1875, el alemán Weber, un reconocido astrónomo de aquellos tiempos, también vio “un punto negro†avanzando sobre el disco solar. Por el contrario, muchos otros observadores jamás divisaron a la criatura de Leverrier, incluyendo al brasileño Liais, que lo buscó una y otra vez con un telescopio nada despreciable. Lo cierto es que hacia fines del siglo XIX Vulcano comenzó a esfumarse del tablero astronómico. Y al amanecer del siglo XX, ya nadie hablaba en serio del planeta infernal.
¿Y las observaciones positivas? Unas pocas fueron simples fraudes. Pero la mayorÃa fueron confusiones, sin ninguna mala fe, alimentadas por las ganas de que Vulcano existiera: manchas solares, defectos ópticos, y hasta pájaros muy distantes del observador, que se interpusieron entre los telescopios y el Sol (cosa que pasa regularmente). Pero nos queda el misterio orbital de Mercurio. El enigma que disparó el sueño de Vulcano. Y bien, esta historia comenzó con Leverrier, y termina ni más ni menos que con Einstein: en pocas palabras, la TeorÃa General de la Relatividad (1916) nos cuenta que las anomalÃas observadas en el perihelio de Mercurio pueden explicarse por la marcada curvatura del espacio-tiempo (esa “curvatura†es la gravedad relativista) debido a su cercanÃa al Sol. ¿Asunto cerrado? No tanto: tal vez Vulcano le suene de algún otro lado. SÃ, es el nombre –sólo el nombre– del planeta originario del Sr. Spock, de Viaje a las Estrellas.
NEITH, LA LUNA DE VENUS
Mercurio y Venus son los únicos planetas del Sistema Solar que no tienen lunas. Y sin embargo, hace más de tres siglos otro prócer de la astronomÃa creyó ver a la compañera del famoso “luceroâ€. En 1672, Giovanni Domenico Cassini (que, entre otras cosas, midió por primera vez la rotación de Marte y descubrió varias lunas de Saturno) vio una pequeña lucecita casi pegada al disco de Venus. Pero no dijo nada, hasta que volvió a verla en 1686. Según Cassini, la luna venusina medÃa la cuarta parte del planeta y mostraba la misma fase de iluminación (para un observador terrestre, Venus y Mercurio tienen fases, al igual que la Luna). El anuncio causó cierto revuelo, pero no hubo más reportes similares hasta varias décadas más tarde. Recién a mediados del siglo XVIII, otros astrónomos, como James Short, Andreas Mayer y el famoso Joseph L. Lagrange volvieron a ver al supuesto satélite. Es más: el 6 de junio de 1761, el alemán Scheuten aseguró ver un puntito negro acompañando la silueta oscura –y mucho más grande– de Venus, durante un “tránsito†del planeta por delante del Sol. Ese mismo dÃa, en Inglaterra, el astrónomo aficionado Samuel Dun no vio ningún puntito junto a Venus.
Tal como ocurrió con Vulcano, hubo versiones de todos los colores. Pero la historia de la luna de Venus empezó a desinflarse hacia 1766, cuando el Observatorio de Viena publicó un tratado donde se decÃa que el supuesto satélite no era más que un reflejo –entre el ocular del telescopio y el ojo del observador– provocado por el intenso brillo del planeta. Unos años más tarde, fue el propio William Herschel –descubridor de Urano– quien se ocupó del tema. Y no vio nada. Todo habrÃa terminado allà mismo si no fuera porque un siglo más tarde, en 1884, Jean-Charles Houzeau, director del Observatorio Real de Bruselas, propuso que todo tenÃa sentido si, en realidad, el misterioso objeto fuese un planeta con una órbita un poco más grande que la de Venus. Y que, de tanto en tanto, parecÃa estar a su lado. Y lo bautizó Neith, por una diosa egipcia (cuyo velo ningún mortal podÃa levantar). No duró mucho: en 1887, la Academia de Ciencias de Bélgica recopiló todos los datos y observaciones previas y concluyó que Neith no existÃa, ni como satélite, ni como planeta independiente: sólo se trataba de distintas estrellas “de fondo†que, eventualmente, coincidieron visualmente con Venus. Y asÃ, el “lucero†se quedó sin su luna.
CLARION: EL GEMELO DE LA TIERRA
La historia de Clarión es más mÃtica que astronómica. Y según parece, el primero que imaginó su existencia fue Filolao, destacado miembro de la escuela pitagórica. Mezclada, reciclada y enriquecida una y otra vez a lo largo de los siglos, la versión moderna del mito de Clarión –avalada hoy en dÃa por el esoterismo y la seudociencia– es muy curiosa. Pero igualmente ingenua: sintéticamente, se tratarÃa de un planeta que comparte la órbita terrestre, pero que está ubicado en un punto diametralmente opuesto. O sea, del otro lado del Sol. Y por lo tanto, nunca serÃa visible desde nuestro planeta. El punto es que ese modelo de perfecta oposición Tierra-Clarión –rebuscado, por cierto– sólo podrÃa funcionar (y hasta por ahà nomás) si no existieran otros planetas. Pero como sà existen, y son unos cuantos, tarde o temprano el juego gravitatorio del conjunto sacarÃa a Clarión de su perfecta oposición del otro lado del Sol. Es simple: cálculos realizados por el Observatorio Naval de los Estados Unidos demostraron, con absoluta contundencia, que Clarión no podrÃa permanecer escondido por más de 30 años. O sea: ya lo habrÃamos visto hace rato. Y nada. Y eso sin contar la flota de naves espaciales que se vienen paseando por el Sistema Solar desde hace más de 40 años. Y aun asÃ, contra toda evidencia y razón, hay quienes siguen insistiendo obcecadamente en la existencia del llamado “gemelo de la Tierraâ€. Es más, hasta deliran con sus habitantes, que merecen un párrafo aparte.
LOS CLARIONITAS
Clarión es uno de los tantos mundos que integran el universo de las fantasÃas extraterrestres. De hecho, algunos “contactados†y “especialistas†dicen –o han dicho alguna vez– que algunos ovnis (en el sentido más popular del término, que no es el técnico) vienen de Clarión. Y que allà vive una sabia y antigua civilización cuasi perfecta, técnica y moralmente. Una especie de paraÃso planetario. El ejemplo más clásico y resonante de estas fantasÃas es el testimonio –por decirlo de algún modo–- de un técnico norteamericano, un tal Truman Bethurun, allá por comienzos de los años ‘50. En una larga serie de notas publicadas en el diario californiano Daily Breeze, Bethurun contó que todo comenzó en julio de 1952. Mientras trabajaba en el asfaltado de una autopista en Nevada, vio un plato volador de 100 metros de diámetro. Luego, cinco de sus tripulantes, de forma humana y pequeña estatura, se le acercaron y lo invitaron a bordo. Para más detalles, hablaban un perfecto inglés y en rima. Ya dentro de la nave, Bethurun conoció la capitana, una hermosÃsima clarionita llamada Aura Rhanes. Ella le dijo que en su planeta todo era idÃlico: no habÃa guerras, ni robos, ni cárceles. La gente no se divorciaba. Ni tampoco pagaban impuestos. Y no habÃa abogados. Por si todo este paraÃso no fuese suficiente, Aura también le contó que los clarionitas vivÃan 1000 años. SÃ, estaremos de acuerdo: ¡qué pena que Clarión no existe! Bethurun volvió a ver a Aura Rhanes en un bar, tomando un jugo de naranja. Pero parece que ella lo ignoró. Y después de 1958, el famoso “contactadoâ€, nunca más vio a los clarionitas.
FAETON: EL PLANETA DESTRUIDO
Hay un mundo que nunca fue, pero que tiene mucho que ver con una multitud de otros que sà fueron, y son: los asteroides. En 1801, el monje italiano Giusseppe Piazzi descubrió a Ceres, el primer asteroide (actualmente considerado “planeta enanoâ€) entre las órbitas de Marte y la de Júpiter. Al año siguiente, el médico y astrónomo aficionado Heinrich Olbers (muy famosa por una también famosa paradoja astronómica) dio con otro objeto en esa misma región: Pallas. En 1804, apareció Juno. Y en 1807, nuevamente Olbers descubrió a Vesta. Todos orbitando al Sol entre el cuarto y quinto planeta. Y todos luciendo como simples puntos de luz al telescopio (a diferencia de los planetas, que mostraban discos), lo que llevó –correctamente– a pensar que eran cosas de apenas unos cientos de kilómetros. Allà donde Kepler y muchos otros esperaban encontrar un verdadero planeta, sólo habÃa cuatro pequeños cuerpos orbitando al Sol entre Marte y Júpiter. Ante semejante panorama, Olbers lanzó su espectacular y catastrofista hipótesis: los asteroides son los restos de un planeta que habÃa estallado, y cuyos desperdicios habÃan quedado en torno del Sol siguiendo, aproximadamente, el derrotero de su “padre†destruido. Más tarde, el hipotético mundo hecho pedazos recibió el nombre de Faetón, el hijo de Helios, el dios del Sol griego.
La historia de Faetón tuvo décadas de aceptación, incluso pareció fortalecerse aún más cuando a fines del siglo XIX los asteroides conocidos entre Marte y Júpiter llegaban a más de 100. Ya se hablaba de un verdadero Cinturón de Asteroides. Pero de a poco comenzó a debilitarse a manos de una serie de argumentos muy fuertes. Por empezar, no parecÃa nada fácil destruir un planeta entero: ¿Cómo? ¿Por qué? Además, las órbitas de todos ellos de ningún modo parecen responder a un proceso explosivo, por decir algo. Más aún: los meteoritos que llegan a la Tierra –que son astillas de asteroides– no muestran claros signos de calentamiento y presión extremos, de diferenciación, o de metamorfismo, fenómenos que sà se dan en los materiales en el interior de un planeta. A la luz de todo esto, parece que la cosa fue exactamente al revés: el Cinturón de Asteroides está formado por materiales primigenios que nunca llegaron a aglutinarse en un cuerpo único. ¿Por qué? Fundamentalmente por culpa de Júpiter, que con sus continuos tironeos gravitatorios, hacia un lado y otro, y a medida que gira en torno del Sol, acelera esos oscuros cascotes, impidiendo su unificación. Faetón nunca existió porque ni siquiera tuvo oportunidad de empezar a ser.
Y a pesar de todo, Olbers descubrió mundos que sà fueron, y son: en marzo de 1815 descubrió un cometa, el 13P/Olbers. Incluso hay un asteroide que lleva su nombre, o casi: (1002) Olbersia. Claro, al igual que Clarión, también hay quienes juran y perjuran que Faetón estuvo habitado. Y que sus sobrevivientes, luego de la destrucción de su planeta por un cataclismo atómico, se la pasan viajando por el espacio. Y de tanto en tanto nos visitan, para pedirnos que no hagamos lo mismo. No sea cosa que, algún nefasto dÃa, la Tierra pase a integrar la lista de mundos que sà fueron, pero que ya no son.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/futuro/13-1804-2007-10-27.html _________________escorts
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hueznar Magnitud 1 Registrado: 25 Oct 2005 Mensajes: 1905 Ubicación: En algun lugar de la VÃa Láctea
Publicado: 29 Oct 2007 21:44 Asunto :
Interesante... lo mismo algo parecido a estos mundos inventados se nos acaban apareciendo en el futuro de casualidad... ya sabeis lo de la "realidad supera a la ficción..." _________________ASTRONOMIA
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